En
estos días en que casi todos nosotros terminamos, de un modo u otro, intentando
hacer balance del año que se nos acaba, intuyo en muchos de mis amigos algo
parecido a una sensación de melancolía (Sentimiento de tristeza sin causa
definida).
Y
la verdad es que a la vista de “la que está cayendo” la cosa no es para menos.
Estamos en un punto en el que una gran mayoría de los ciudadanos (y no me refiero
a los “progres”, o los concienciados, sino a la gente corriente a quien todo –salvo
sus asuntos personales- le importó siempre un carajo) ha llegado a la
conclusión de que estamos en manos de una banda de sinvergüenzas que, aparte de
obedecer órdenes de “afuera” (en contra de los intereses de nuestro país), se
dedican, ya sin tapujos, al saqueo y pillaje de todo lo que siendo público (es
decir de todos) puede venderse, privatizarse, o utilizarse en beneficio propio
(de los que gobiernan).
Y
lo malo del caso es que una gran mayoría, de esa gran mayoría, de ciudadanos
han asumido la inevitabilidad de esa derrota.
Pues
bien: Una vez más y sin que vaya a ser la última vez que me equivoque, voy a discrepar
de ese “sentimiento”.
Al
“poder” le está pasando lo que a las vigas de madera con la carcoma. Durante un
largo tiempo presenta un saludable aspecto exterior que le permite
aparentar una gran fortaleza y sin embargo está interiormente corroído y
descompuesto.
En
el caso de la madera el desastre se hace patente cuando comienzan a aparecer en
la superficie agujeros por los que cae un fino polvillo (quera).
Y,
a mi modo de ver, ese es exactamente el estado en el que se encuentran
actualmente las “vigas maestras del poder”.
La
carcoma que las está destruyendo tiene dos orígenes muy distintos:
Uno
de ellos es la propia política de los poderosos (y sus amos internacionales)
que han venido debilitando la estructura de “lo público” mediante su privatización
(apropiación “legal”) o su mala administración (saqueo puro y duro).
Y
el otro, es el desprestigio absoluto en el que han caído la gran mayoría de los
responsables del gobierno de las distintas instituciones (Parlamentarios,
ministros, jueces, alcaldes, funcionarios, . . .) y también una buena parte de
colectivos profesionales (Banqueros, economistas, periodistas, . . .) cuyos
oficios hoy día cargan con el estigma del servilismo y la venalidad cuando no, directamente,
del latrocinio.
Bueno
pues, para no extenderme más e intentar aportar un poco de optimismo
(justificado), me remito a este balance que, sobre nuestra Comunidad de Madrid,
publica hoy el, nada sospechoso de bolchevismo, diario el País.
A
poco que escarbemos en el texto (y quien tenga tiempo, e interés, en sus
enlaces) podremos vernos retratados (algunos literalmente) como actores en
muchos de los episodios que se narran y que no son sino la carcoma del poder que
antes mencionaba.
Debo
añadir que cuando las vigas maestras de un edificio están carcomidas los desenlaces
pueden ser únicamente dos: El “apeo” o el “colapso”.
El
colapso se produce por sí solo cuando se deja pasar el tiempo sin hacer nada.
Y,
además de costoso económicamente (y en nuestro caso socialmente), suele traer
muy malas consecuencias pues implica la destrucción de todo el edificio.
El
apeo es una técnica que consiste en retirar la viga inservible, tras haber
colocado junto a ella una estructura paralela sólidamente apoyada en los muros
o los pilares “sanos” y con capacidad suficiente como para soportar el peso del
edificio (social en este caso).
Descarto
directamente una tercera técnica que es el “saneamiento de la viga” porque, en
mi opinión, la podredumbre está tan avanzada y es tan consustancial con quienes
ejercen el poder (El partido incompatible con la corrupción ha resultado ser un
partido indisoluble de la corrupción) que ninguna operación de regeneración de
esa misma viga resultaría fiable.
Pese
al escepticismo (justificado) de muchos y las limitaciones reales del sistema,
la maratón de citas electorales que se avecina, con citas en mayo de 2014 (europeas),
marzo de 2015 (autonómicas y municipales) y noviembre de 2015 (generales, si no
descarrila antes el convoy “popular”) es una oportunidad de empezar a ejercer
nuevamente de “ciudadanos”.
Ejercicio
que unos, por muy jóvenes (que nacieron comiendo caliente en lo tocante a
derechos y libertades) no se molestaron en practicar y otros (los que ya vamos
tirando para viejos) abandonamos a las primeras de cambio, para mirar nuestro
propio ombligo y prosperar más que el vecino, convencidos de haber dado
definitivamente la vuelta a la tortilla y haber dejado todo “desatado y bien
desatado”.
Aunque
sea tarde y a la defensiva, volvemos a tener la ocasión de practicar el debate
público con perspectivas de producir cambios.
La
campaña electoral (y esperemos que, también, “intelectual”) para estas tres citas españolas y otras muchas en nuestros países vecinos empieza el próximo
mes de enero.
Saludos.
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