Andaba
yo echando en falta algún modo de poder explicar -sin ofender demasiado- el
poco edificante espectáculo de un Partido Socialista cuya principal seña de
identidad política ha sido su anticomunismo.
Llegaron
al poder (tras 100 años de honradez y “40 de vacaciones”) invitados por la
embajada de los EEUU y arropados los buenos oficios (y la financiación) de la
socialdemocracia alemana (Helmut Schmidt) como dique de contención de unos anhelos
ciudadanos embalsados en los 40 años de dicta-dura/blanda en los que las únicas
gentes que “dieron el callo” fueron el (clandestino) PCE, el sindicato CCOO y, en
menor medida (y sin poner las costillas), algunos democristianos.
Cuando murió "el caudillo", al
PSOE y a la UGT ni se les conocía (salvo en los libros de historia) ni tampoco se
les esperaba.
Hoy
Rafael Reig, contestando a un lector, lo
ha expresado con bastante claridad y gracia (y sin demasiada mala leche).
Resulta
muy oportuno en estos momentos en que, por un lado algunos dirigentes del PSOE
andan paralizados por el pánico soltando eructos políticos (o cacareando viejas
consignas) y, por otro, algunas gentes de su izquierda y otros “militantes” de
las filas del eclecticismo político, están deseando pasarles la factura y
condenarles al ostracismo.
Lo
he dicho anteriormente, pero no está de más repetirlo:
Una
cosa son los dirigentes de un partido (El PSOE) que han conseguido, ellos
solitos, tirar por la borda su prestigio y hacernos olvidar las cosas buenas
que hicieron (que algunas hicieron) y otra muy distinta sus militantes y sus
bases electorales que, aparte de numerosos, me merecen todo el respeto y son
parte de la ciudadanía que queremos cambiar este país.
Saludos.
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