9/2/13

Nos tienen miedo


Antes de entrar en materia, declaro solemnemente encontrarme en posesión de todas mis (escasas) facultades mentales, en estado de absoluta sobriedad y libre de coacciones (de masones, comunistas y herejes).
Lo aclaro porque lo cierto es que, desde hace algún tiempo, vengo teniendo la sensación de que la Troika, el FMI, el BCE, la Sra. Merkel, y hasta las agencias de calificación (desde Standard & Poor’s a Oscar & Mayer), nos tienen miedo.
Y si no, que -una vez pasado el ataque de hilaridad- alguien me facilite alguna explicación más coherente al “guante de seda” con el que todos estos gaznápiros se están envainando tanto las mentiras que les (y nos) cuentan nuestros gobernantes a propósito de la “evidente” mejora del clima social y la economía, o las vergüenzas de un partido político y un gobierno más parecido a la cuadrilla de “los siete niños de Écija” que a casi cualquier otra cosa.
Supongo que como gente prudente (y sagaz) que son saben que, con la indignación y el descredito que está acumulando “el sistema”, no van a encontrar fácil recambio al impresentable (pero eficaz) “encargado” que en este momento les cuida el negocio.
Y por eso, aplicándose la máxima Ignaciana de “en tiempo de crisis, no hacer mudanza”, prefieren suministrarle el todo el oxígeno que haga falta, no vaya a ser que el país explote y el negocio “se vaya a hacer puñetas” justo cuando se está a punto de completar el saqueo.
El riesgo que corren (y espero que ocurra) es que el oxígeno es (según me contaron en clase de química) un elemento “comburente” (que provoca o favorece la combustión) y, aplicado en exceso como parece ser el caso, puede provocar un desastre mucho mayor que el que se pretendía retardar.
Por esta razón, suponiendo que mis sospechas sean ciertas, entiendo que todas las acciones de protesta y rechazo contra el actual estado de cosas, lejos de resultar inútiles, resultan “necesarias” ya que todas ellas, por pequeñas y dispersas que nos parezcan, son las gavillas de leña (de dignidad y descontento) que los ciudadanos vamos arrimando a la pira en la que, con un poco de suerte, podremos incinerar la inmundicia que nos cubre.
La que nosotros mismos hemos producido y la que, de regalo, nos han echado encima.
Que los dioses escuchen mis deseos.
Y llegado el momento, no nos conformemos con que ya no nos peguen, divorciémonos, para empezar a vivir una vida distinta.
Otro mundo es posible si lo construimos con nuestras propias manos.
Saludos.

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