Desde que el pasado 17 de diciembre el ciudadano
tunecino Mohamed Bouazizi se quemara vivo en Túnez en protesta por la injusticia de la “justicia”
(o autoridad, o gobierno, o como se le quiera llamar) de “su” país que, por un
lado, le negaba un puesto de trabajo a base de saquear la economía nacional a
favor de unos pocos y, por otro, le “confiscaba” su “industria” alternativa consistente
en un carrito con frutas para vender, estamos asistiendo a una sucesión,
“vertiginosa” de acontecimientos que, querámoslo o no, van a cambiar, probablemente
mucho más de lo que suponemos, y mucho menos de lo que sería deseable, los
precarios equilibrios del orden político y económico mundial, así como el
reparto “real” de fuerzas en este planeta que llamamos Tierra.
Reparto de poder que, tras la debacle de la URSS (Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas), pasó a tener un único “dueño” (EEUU),
que no tuvo reparos para, por un lado,
utilizar miserablemente su ventaja para terminar de arruinar la voluntad de
cambio de algunos políticos soviéticos como Mihail Gorbachov, sin quien hubiera
sido impensable ese cambio pacífico y, por otro, arrogarse, ya sin tapujos, la
condición de capataz universal, ninguneando a la ONU y a todos los países que
no se sometieran a su dictado.
Desde entonces (finales de los años 80) un único
país, gobernado por un personaje bastante corto de entendederas, pero
perfectamente arropado y teledirigido por la patronal del armamento y las
grandes corporaciones norteamericanas, se dedicó en cuerpo y alma, acompañado
desde Inglaterra por Margaret Thatcher, a socavar el papel de la ONU y
arremeter contra el “consenso social” que, desde el final de la segunda guerra
mundial (2 de septiembre de 1945), había permitido “progresar” al mundo occidental,
intercambiando “derechos” civiles y sociales, por “paz empresarial”.
Habría mucho que hablar de lo que ha ocurrido en
estos 30 años en el mundo, pero por simplificar podemos “poner el reloj en hora”
y constatar que, en los países ricos (aquellos cuyos ciudadanos comen -todos- 3
veces al día) nos hemos dedicado a mirarnos nuestro propio el ombligo (cada cual el suyo), ignorando
deliberadamente las injusticias (flagrantes y perfectamente constatadas) que nos
permitían nuestro “nivel de vida” a costa de la miseria y el sufrimiento de, más
o menos, las tres cuartas partes de la población del planeta.
Bueno: pues cabe esperar que, con un poco de suerte,
eso pudiera empezar a cambiar.
No será de un día para otro y será un proceso de
límites difusos, con avances y retrocesos, pero afortunadamente imparable. Y, a
todos, para mal o para bien, nos afectará.
Personalmente, aunque aparentemente tengamos más que
perder, que qué ganar, me alegro. Es “de justicia” y, posiblemente, compartiendo
una mínima parte de lo que “no necesitamos” el mundo sea un lugar más amable
para “los otros”.
Lo que me preocupa, indigna, sorprende y regocija (todo a la
vez y por ese mismo orden) es que la
historia nos ha pillado “con el pañal levantado”, no sólo a los ciudadanos, que ya se
sabe que somos medio bobos y no tenemos otro interés que la “marcha de la
liga”, los eructos verbales de Belén Esteban y el festival de Eurorrisión, sino, sobre todo, a nuestros políticos que,
aparte de cínicos, están demostrando ser unos perfectos cenutrios,
incapaces siquiera de ver más allá de sus propias narices, ya que parece
excesivo pretender de “semejante ganado” (que me perdonen, pero esa es la
definición que, a este respecto, mejor les cuadra), el menor gesto de, lucidez,
reconocimiento de culpa (o errores) y no digamos ya de “grandeza moral”.
Europa está en estos momentos, como digo en el encabezamiento, “a uvas”
y lo lamentaremos más pronto que tarde.
En todo caso esta miseria moral de la ciudadanía de occidente es
perfectamente coherente con la “mansedumbre”
que venimos mostrando ante el brutal expolio de nuestros derechos cívicos y
sociales.
Cómo vamos a ser capaces de mostrar dignidad o
coraje para defender “lo ajeno” si permitimos que nos escupan en nuestra propia
cara mientras nuestros representantes nos ordenan que nos vaciemos los
bolsillos porque “los mercados” así lo exigen.
Meditemos, hermanos.
1 comentario:
Tiene usted toda la razón.
Y quiero añadir que:
"A veces(aunque no suele ser así), cambiar el muro de la casa del vecino puede ayudarnos a reparar en las gritas de nuestro propio tejado"
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