Una de las últimas “bromas” de nuestro gobierno, aunque no esperó al 28 de diciembre para anunciárnosla, es la privatización de AENA (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea), actualmente 100% propiedad del Estado (es decir de todos nosotros).
Es solamente una más de las doncellas que debemos sacrificar para aplacar al minotauro de “los mercados” y el pretexto es que con este sacrificio junto en el de las “Loterías y Apuestas del Estado” otra virgen” apetecida por la empresa privada, reuniremos dinero para reducir el déficit con el que arantizar el pago de la deuda en la que estamos incurriendo para poder mantener la ficción de la viabilidad del actual sistema financiero y, sobre todo, salvaguardar sus privilegios y sus obscenos beneficios.
Nada, a mandar, venderemos hasta la camisa, pero los beneficios de la banca que ni los toquen. Menuda vergüenza si “el Santander” perdiera el primer puesto mundial por beneficios.
Por eso, porque en los próximos días el asunto dará qué hablar y como besugos todos entraremos al trapo de opinar sobre los poco que sabemos, previamente intoxicados por beber en las habituales “fuentes de información” (EL Roto, muy lúcidamente, ya advirtió que “estaban contaminadas”) me permito sugerirte (si tienes ánimo para ello) la lectura de este artículo que, desde mi punto de vista, nos sitúa en un nivel de comprensión que puede resultar útil para no decir más tonterías que “las justas”.
Y, además, alguien ha recordado recientemente que cuando el Estado se desprende de este tipo de empresas, recoge unas migajas en el momento, pero renuncia, por un lado al control sobre “el mercado” (que ya vemos cómo funciona cuando se le quita el bozal) y por otro a una fuente recurrente de ingresos futuros.
El ladrillo es gordo, pero está bien escrito y vale la pena.
Aena y la deriva del sector público
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