5/2/13

Ambiente de ''Postrimerías'' (Periodo último de la duración de algo)


Debo confesar que, en mi niñez, cuando se avecinaba algún acontecimiento temible para mis prosaicos intereses (de los 7 a los 12 años); es decir en vísperas de exámenes mal preparados, entrega y presentación en casa del “boletín de notas” (semanal, malditos curas), vuelta al colegio tras el domingo o las vacaciones, o cualquier barrunto de que fuera a descubrírseme alguna pequeña fechoría, solía encomendarme fervientemente a la diosa fortuna y pegar el oído a la radio (televisión no había) esperando escuchar la noticia del comienzo de la tercera guerra mundial, o algún desastre similar que torciera el curso natural de los acontecimientos y me liberara de mis responsabilidades u obligaciones.
Incluso creo recordar que el día de año nuevo de 1959 (a mis 7 años) recibí con alborozo la noticia de que unos barbudos habían entrado en La Habana pegando tiros, lo que me libraría de tener que empezar, el día 7, el segundo trimestre escolar.
Y en octubre de 1964 me frotaba las manos pensando que, esta vez sí, con un poco de suerte el curso recién empezado (2º de bachillerato, creo) iba a concluir antes de que finalizara el mes a causa de una confrontación nuclear (crisis de los misiles, también en Cuba).
Todo este exordio viene a cuento de la sensación de “postrimerías” que, el personal, igual que el ciego que “soñaba que veía”, anda invocando y divulgando entre sus amistades con una ansiedad digna de mejor causa.
Evidentemente, “el edificio” se está desmoronando y la cantidad de estiércol que acumula el “sistema” es de tal magnitud que quizá debamos llamar de nuevo a Hércules para que, al igual que hizo con los establos de Augías desvíe de nuevo el río Alfeo para limpiar de un plumazo la pocilga en que se ha convertido “el Poder” en nuestro país.

Incluso quizá, puestos a pedir, sería mejor que desviara el Amazonas y limpiara los establos del poder financiero, multinacional y militar y, de paso, se llevara por delante las grandes instituciones (FMI, OMC, Banco Mundial, . . .) que vienen extorsionando al género humano.
Sin embargo, aunque la irritación está subiendo de tono y aunque, a base de “apretarnos las tuercas” el sistema lleva camino de “trasroscarse” (cuando ya le das vueltas a la llave inglesa y no aprieta), pienso que, afortunadamente (y lo digo con carácter provisional), aún estamos a tiempo de poner “pié en pared” sin que “la sangre” (ese líquido rojo que llevamos dentro) llegue al asfalto.
En todo caso, si no reaccionamos con cordura, pero sobre todo con mucha firmeza, es muy posible que la cosa termine “a palos”
Me ha llamado la atención (y no soy el único) el artículo de hoy de Juan Torres López en Público.es, que -en contra de lo que cabría esperar de un Catedrático de Economía Aplicada- hoy no habla de economía sino que es de puro (y, a mi juicio atinado) análisis político.
Ahí lo dejo para quien guste.
Debo aclarar que, optimista como soy por naturaleza, pienso que aún estamos en condiciones de transformar el presente burdel en una casa de vecindad sin necesidad de convertirlo previamente en un cuartel.
No sé si son indicios de senilidad, pero en mi recuerdo, la época de la UCD, resultó bastante fecunda para lo que el país daba de sí en aquellos momentos (legalización de partidos Políticos y Sindicatos, Reforma fiscal, Ley del Divorcio, . . .)
Hoy; quizá bastaría con que recapacitáramos sobre la inutilidad del “voto útil” y perdiéramos el miedo al vacío de un Parlamento sin mayorías parlamentarias donde “todo” hubiera de “acordarse” entre casi todos.
Y también, por la parte que me concierne (soy algo cojo del pié izquierdo), que no olvidáramos quienes han desperdiciado (cuando no traicionado) la confianza que, en repetidas ocasiones, se les otorgó y han sido el “caballo de troya” que abrió la puerta a los depredadores que amenazan con extinguir eso que hasta ayer conocíamos como Derechos Ciudadanos.
Hasta que no hagan limpia en sus propios establos no estarán en condiciones de resultar de provecho.
Y lamento decir esto, porque tengo buenos amigos que, aunque no me crucificarán por ello, se sentirán dolidos.  
Saludos.

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