Vergüenza la que deberían sentir “las 100 personas más ricas del planeta”.
Vergüenza
la que deberían sentir todos los directivos e “irresponsables” (este es el
calificativo que les corresponde) de los organismos internacionales que,
supuestamente, regulan la reglas de juego de la economía mundial (FMI, BM, OMC,
OCDE, . . . .)
Vergüenza
la que deberían sentir los gobernantes de todas las naciones del mundo que “progresan”
a costa del hambre y la miseria de las poblaciones de otros países. Y,
recientemente, también a costa del empobrecimiento y pérdida de derechos de sus
propios ciudadanos.
Vergüenza
la que deberíamos sentir todos los ciudadanos que, conscientes de este estado de
injusticia, no alzamos nuestra voz contra nuestros gobiernos desleales que
desmantelan y malvenden el Estado de Derecho, contra los dirigentes de los
depredadores organismos internacionales que programan y ejecutan mediante
tratados y leyes injustas el saqueo a los más (que menos tienen) para beneficio de los menos (que más tienen) y
contra los obscenos “propietarios” que acumulan en sus cuentas el producto del
hambre, la enfermedad, la angustia y la desesperanza de una gran mayoría de los
seres humanos (muchos ni siquiera alcanzan la categoría de ciudadanos) del
planeta Tierra.
Y
Vergüenza, la que siento yo por saber todo esto desde siempre y no ser capaz de
otra cosa que lamentarme y, como ahora, hacer un gesto de crítica, tal vez para
lavar mi propia conciencia.
No
creo que nadie pueda acusar a “Intermon” (fundada por un cura Jesuita) de servir a intereses
políticos o económicos de ningún signo.
Incluso
yo, que me tengo por agnóstico y anticlerical (y a mucha honra), creo que nunca
he cometido la equivocación de meter el trabajo, la bondad y el desinterés de
los militantes de base del cristianismo en el mismo saco que las desvergüenzas,
la rapiña, la impiedad y la insolidaridad de la iglesia “oficial”.
Por
eso invito a leer la breve reseña que hizo ayer eldiario.es sobre un informe de
Intermón-Oxfam relativo al reparto de la riqueza a nivel mundial.
Es
un texto muy breve (la reseña).
Ojalá
se nos atragante y nos obligue a vomitar.
Porque
de lo contrario, además pudrirnos en nuestra propia indecencia mientras otros
se pudren sentados sobre su (im)propio dinero, terminaremos mal.
Saludos.
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