Transcribo,
literalmente, un escrito de D. Francisco José Bastida Freijedo, Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad
de Oviedo.
Lo
hago porque considero que una de las trampas más habituales en que solemos caer
es la de encabronarnos con el primer “culpable” que nos ponen “a tiro”.
Y
así, nos dedicamos a publicitar tópicos como los siguientes:
Que
los maestros son unos vagos, porque trabajan 18 horas semanales y tienen tres
meses de vacaciones,
que
los inmigrantes son unos gorrones y vienen a nuestro país a operarse gratis,
que
los estudiantes no estudian y se pasan el día en la cafetería y tirando
piedras,
que
los andaluces son unos caraduras y ocupan su tiempo en gastarse el dinero del paro
en la taberna,
y, así, tantos y tantos tópicos que asumimos sin meditar y con los
que, quienes verdaderamente nos esquilman y emputecen la existencia, consiguen
que dediquemos nuestras energías a insultarnos los unos a los otros sin mirarles a ellos.
El
tema del día son los pretendidos “privilegios” (y la vagancia) de los
funcionarios.
Utilizo
para ello el artículo del Profesor Bastida que me ha descubierto, una vez más, mi
amigo Salvador.
Dice
así:
“Con el
funcionariado está sucediendo lo mismo que con la crisis económica. Las
víctimas son presentadas como culpables y los auténticos culpables se valen de
su poder para desviar responsabilidades, metiéndoles mano al bolsillo y al
horario laboral de quienes inútilmente proclaman su inocencia.
Aquí, con el
agravante de que al ser unas víctimas selectivas, personas que trabajan para la
Administración pública, el resto de la sociedad también las pone en el punto de
mira, como parte de la deuda que se le ha venido encima y no como una parte más
de quienes sufren la crisis.
La bajada salarial y el incremento de jornada de
los funcionarios se aplaude de manera inmisericorde, con la satisfecha sonrisa
de los gobernantes por ver ratificada su decisión.
Detrás de todo ello hay una ignorancia supina del origen del funcionariado. Se envidia de su status -y por eso se critica- la estabilidad que ofrece en el empleo, lo cual en tiempos de paro y de precariedad laboral es comprensible; pero esta permanencia tiene su razón de ser en la garantía de independencia de la Administración respecto de quien gobierne en cada momento; una garantía que es clave en el Estado de derecho.
Detrás de todo ello hay una ignorancia supina del origen del funcionariado. Se envidia de su status -y por eso se critica- la estabilidad que ofrece en el empleo, lo cual en tiempos de paro y de precariedad laboral es comprensible; pero esta permanencia tiene su razón de ser en la garantía de independencia de la Administración respecto de quien gobierne en cada momento; una garantía que es clave en el Estado de derecho.
En coherencia, se establece
constitucionalmente la igualdad de acceso a la función pública, conforme al
mérito y a la capacidad de los concursantes.
La expresión de ganar una plaza
«en propiedad» responde a la idea de que al funcionario no se le puede
«expropiar» o privar de su empleo público, sino en los casos legalmente
previstos y nunca por capricho del político de turno.
Cierto que no pocos
funcionarios consideran esa «propiedad» en términos patrimoniales y no
funcionales y se apoyan en ella para un escaso rendimiento laboral, a veces con
el beneplácito sindical; pero esto es corregible mediante la inspección, sin
tener que alterar aquella garantía del Estado de derecho.
Los que más
contribuyen al desprecio de la profesionalidad del funcionariado son los
políticos cuando acceden al poder.
Están tan acostumbrados a medrar en el
partido a base de lealtades y sumisiones personales, que cuando llegan a
gobernar no se fían de los funcionarios que se encuentran. Con frecuencia los
ven como un obstáculo a sus decisiones, como burócratas que ponen objeciones y
controles legales a quienes piensan que no deberían tener límites por ser
representantes de la soberanía popular.
En caso de conflicto, la lealtad del
funcionario a la ley y a su función pública llega a interpretarse por el
gobernante como una deslealtad personal hacia él e incluso como una oculta
estrategia al servicio de la oposición.
Para evitar tal escollo han surgido,
cada vez en mayor número, los cargos de confianza al margen de la
Administración y de sus tablas salariales; también se ha provocado una
hipertrofia de cargos de libre designación entre funcionarios, lo que ha
suscitado entre éstos un interés en alinearse políticamente para acceder a
puestos relevantes, que luego tendrán como premio una consolidación del
complemento salarial de alto cargo.
El deseo de crear un funcionariado afín ha
conducido a la intromisión directa o indirecta de los gobernantes en procesos
de selección de funcionarios, influyendo en la convocatoria de plazas, la
definición de sus perfiles y temarios e incluso en la composición de los
tribunales.
Este modo clientelar de entender la Administración, en sí mismo una
corrupción, tiene mucho que ver con la corrupción económico-política conocida y
con el fallo en los controles para atajarla.
Estos gobernantes de todos los colores políticos, pero sobre todo los que se tildan de liberales, son los que, tras la perversión causada por ellos mismos en la función pública, arremeten contra la tropa funcionarial, sea personal sanitario, docente o puramente administrativo.
Estos gobernantes de todos los colores políticos, pero sobre todo los que se tildan de liberales, son los que, tras la perversión causada por ellos mismos en la función pública, arremeten contra la tropa funcionarial, sea personal sanitario, docente o puramente administrativo.
Si la crisis es general, no es
comprensible que se rebaje el sueldo sólo a los funcionarios y, si lo que se
quiere es gravar a los que tienen un empleo, debería ser una medida general
para todos los que perciben rentas por el trabajo sean de fuente pública o
privada.
Con todo, lo más sangrante no es el recorte económico en el salario
del funcionario, sino el insulto personal a su dignidad. Pretender que trabaje
media hora más al día no resuelve ningún problema básico ni ahorra puestos de
trabajo, pero sirve para señalarle como persona poco productiva.
Reducir los
llamados «moscosos» o días de libre disposición -que nacieron en parte como un
complemento salarial en especie ante la pérdida de poder adquisitivo- no alivia
en nada a la Administración, ya que jamás se ha contratado a una persona para
sustituir a quien disfruta de esos días, pues se reparte el trabajo entre los
compañeros. La medida sólo sirve para crispar y desmotivar a un personal que,
además de ver cómo se le rebaja su sueldo, tiene que soportar que los
gobernantes lo estigmaticen como una carga para salir de la crisis.
Pura
demagogia para dividir a los paganos.
En contraste, los políticos en el poder no renuncian a sus asesores ni a
ninguno de sus generosos y múltiples emolumentos y prebendas, que en la mayoría
de los casos jamás tendrían ni en la Administración ni en la empresa privada si
sólo se valorasen su mérito y capacidad.
Y lo grave es que no hay propósito de
enmienda.
No se engañen, la crisis no ha corregido los malos hábitos; todo lo
más, los ha frenado por falta de financiación o, simplemente, ha forzado a
practicarlos de manera más discreta.”
Francisco J. Bastida.
Catedrático de Derecho Constitucional.
Universidad de Oviedo.
1 comentario:
Tenemos que establecer un método para publicar todos igual. Sin cambios de fuente ni de color. Voy a pensar como podemos hacerlo.
Además establecer el máximo de 8 líneas antes de poner el "seguir leyendo".
Voy a pensar como dejarlo claro y os cuento.
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