Antes
de entrar en materia, declaro solemnemente encontrarme en posesión de todas mis
(escasas) facultades mentales, en estado de absoluta sobriedad y libre de
coacciones (de masones, comunistas y herejes).
Lo
aclaro porque lo cierto es que, desde hace algún tiempo, vengo teniendo la
sensación de que la Troika, el FMI, el BCE, la Sra. Merkel, y hasta las
agencias de calificación (desde Standard & Poor’s a Oscar & Mayer), nos
tienen miedo.
Y
si no, que -una vez pasado el ataque de hilaridad- alguien me facilite alguna
explicación más coherente al “guante de seda” con el que todos estos gaznápiros
se están envainando tanto las mentiras que les (y nos) cuentan nuestros gobernantes
a propósito de la “evidente” mejora del clima social y la economía, o las
vergüenzas de un partido político y un gobierno más parecido a la cuadrilla de “los
siete niños de Écija” que a casi cualquier otra cosa.
Supongo
que como gente prudente (y sagaz) que son saben que, con la indignación y el
descredito que está acumulando “el sistema”, no van a encontrar fácil recambio
al impresentable (pero eficaz) “encargado” que en este
momento les cuida el negocio.
Y
por eso, aplicándose la máxima Ignaciana de “en tiempo de crisis, no hacer
mudanza”, prefieren suministrarle el todo el oxígeno que haga falta, no vaya a
ser que el país explote y el negocio “se vaya a hacer puñetas” justo cuando se está
a punto de completar el saqueo.
El
riesgo que corren (y espero que ocurra) es que el oxígeno es (según me contaron
en clase de química) un elemento “comburente” (que provoca o favorece la
combustión) y, aplicado en exceso como parece ser el caso, puede provocar un
desastre mucho mayor que el que se pretendía retardar.
Por
esta razón, suponiendo que mis sospechas sean ciertas, entiendo que todas las acciones de
protesta y rechazo contra el actual estado de cosas, lejos de resultar inútiles, resultan
“necesarias” ya que todas ellas, por pequeñas y dispersas que nos parezcan, son
las gavillas de leña (de dignidad y descontento) que los ciudadanos vamos arrimando a la pira
en la que, con un poco de suerte, podremos incinerar la inmundicia que nos
cubre.
La
que nosotros mismos hemos producido y la que, de regalo, nos han echado encima.
Que
los dioses escuchen mis deseos.
Y
llegado el momento, no nos conformemos con que ya no nos peguen, divorciémonos,
para empezar a vivir una vida distinta.
Otro
mundo es posible si lo construimos con nuestras propias manos.
Saludos.
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