Una
vez más los catalanes, es decir el pueblo catalán (porque está claro que tienen
conciencia de identidad propia) nos han dado una lección de ciudadanía al resto
de los españoles.
Y,
un vez más también, lo han hecho pese a las malas artes, el oportunismo, las
amenazas y la masiva publicidad (disfrazada de “información” o “análisis) con la que se ha intentado
ensuciar, enfatizar, ningunear y minimizar el deseo de una buena parte de los
catalanes (probablemente la inmensa mayoría) de ser escuchados y, sobre todo, respetados.
No
creo que sea necesario insistir en mi escaso aprecio por los nacionalismos (el
español incluido).
Ni
tampoco en la pésima opinión que tengo de los dirigentes de ese partido llamado
Conveniencia y Unió que, a mi juicio, es fundamentalmente es una “maquinaria de
poder” al servicio personal de la burguesía ilustrada (y cleptómana) catalana.
Partido
que viene agitando la zanahoria de la secesión como medio de que los ciudadanos
tiren del carro de un gobierno que no la desea, pero que en dicho carro transporta
las privatizaciones, la liquidación de los servicios públicos y los derechos
sociales y (a lo que venimos viendo desde hace unos años) una corrupción
económica galopante y, a estas alturas, tan descarnada como la de la mafia siciliana.
Hecha
esta aclaración, tengo que decir que
estoy gratamente sorprendido del civismo y la cohesión de la que han hecho gala
tanto los catalanes (de quien nunca he dudado) como los impulsores y los
organizadores a los que he venido sistemáticamente criticando.
Mediáticamente
hablando, este pulso lo han ganado los Sres. Junqueras y Más y lo han perdido,
por goleada, el Sr. Rajoy y el gobierno central que –imagino- pretenderá agitar
el espantajo de la disolución de España, como artimaña para que no nos fijemos
en las vergüenzas de su corrupción, su saqueo de lo público, su desgobierno y
su permanente genuflexión a los poderes del dinero.
El
problema es que “la parroquia” está un tanto soliviantada y ya incluso sus
propios feligreses empiezan a estar hasta las narices y a desertar de sus filas.
Por
esa razón es por la que, con todo respeto y cariño, aparte de darles la
enhorabuena a los catalanes, cuya voz es cada vez más difícil de callar, les
doy las gracias, porque este empeño suyo (zurriburri nacionalista lo llamo yo) va
a servir de catalizador del cambio político (a mejor, esperemos) de este país.
Y
por ese motivo extiendo la enhorabuena a todos nosotros, los que ni hemos
votado, ni somos especialmente amigos de nacionalismos, pero deseamos y
defendemos la democracia, la libertad de elección y el diálogo.
A
estas horas ignoro los resultados del recuento.
Pero
el hecho de que dos millones de ciudadanos hayan acudido organizada, cívica y
festivamente a decir lo que piensan es un espectáculo de madurez social y
política además de un gesto de autoridad moral que no podremos ignorar
En
su huida hacia delante el Sr. Mas, que de tonto no tiene un pelo, ha salvado
hoy los trastos.
Pero
es muy probable que mañana (es decir dentro de unas semanas) esos mismos
catalanes que hoy han acudido a la consulta le pasen la factura de su
incoherencia política y su marulleo. (Yo no lo voy a lamentar).
En
cuanto al Sr. Rajoy, mucho me temo que su salida consista en tocar las campanas
“a rebato” y, aprovechando el barullo, anticipar la convocatoria de las
elecciones generales a la desesperada para ver si, pillados todos a crontrapié, consigue no ser expulsado del
poder.
Confío
en que, si lo hace, le salga mal también esa jugada.
Saludos.
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