Llevo
tiempo mordiéndome la lengua para no entrar al trapo de discusiones estériles
con mis propios allegados.
Y
renunciando a opinar sobre la destrucción de ese bonito país (al menos yo
así lo vi en los escasos días que por allí estuve) que se
llama Siria (o Syria, tanto da).
Muchas
almas, bienintencionadas sin duda pero, a mi modo de ver, ingenuas, lo primero que hacen
cuando se les nombra ese país es recordar que no es una democracia y que su
presidente Bashar al Assad no es precisamente un demócrata.
Y
con esto se quedan tan anchos.
A
partir de ahí, poco importa que los sirios hayan vivido hasta ayer con
bastantes más derechos, justicia e igualdad que sus casi vecinos saudíes o qataríes.
Poco
importa que lo más probable es que, tras destripar el país entre los EEUU, los
europeos (la OTAN) y los estados vahabitas, la población gozará aún de menos
libertad, derechos y nivel de vida que ayer, tal y como ha ocurrido en Irak.
Y
si alguien lo pone en duda que me lo explique, pero que primero se lea los
informes de la ONU y otros organismos oficiales.
Poco
importa que este desorden haya sido cuidadosamente diseñado y financiado y
jaleado para destruir un país, simplemente porque no es lo suficientemente
dócil y es un estorbo para arrasar Irán.
Y
poco importa que, tras la “liberación”, el país se rompa en pedazos, o quede en
mano de los “curas” (musulmanes) y se encienda una guerra de religiones donde
no la había. Como ocurrió en la antigua Yugoslavia, y ya ha empezado a ocurrir
en Túnez, Egipto y Libia (por no ir más lejos.)
Y
poco importa que las mujeres terminen, a poco que se descuiden, encerradas en sus casas y sin acceso a la
educación ni a los puestos de trabajo. Como en Afganistán, tras haber destruido
el país y haberlo “liberado” de los “terroristas” que EEUU entrenó y financió
unos años antes, tan sólo para meter el dedo en el ojo a los soviéticos.
A
mis bienintencionados y exquisitos amigos y allegados nada de eso les importa.
Al
Asad no es un demócrata y por tanto hay que echarlo.
Aunque para ello haya que
destruir el país.
Bueno;
pues aunque voy a seguir callándome lo que opino sobre el particular, a mis
bienintencionados y exquisitos amigos, les sugiero que se lean este artículo que,
ni quita ni pone rey, pero proporciona una cierta perspectiva.
Y
si tienen humor y ganas que rebusquen en los textos de Nazanín Armanian o Eugenio
García Gascón, por citar sólo un par de nombres que no creo sean sospechosos
de falta de conocimiento, ni de convicciones democráticas.
Después, si aún existe ese país, vamos hablando.
Y
quede claro que no me gusta Bashar al Asad, ni me gustaban Sadam Hussein o Bin Laden,
pese a que hicieron mucho menos daño a la humanidad que George Bush (padre e
hijo), Richard Cheney, o Donald Rumsfeld, por sólo citar a los más recientes.
Saludos.
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