Asisto
en estos últimos días en varios foros a una reedición de la fábula de los dos
galgos (realmente se titula “Los dos conejos”) a cuenta de la asistencia a la
manifestación de mañana sábado día 23.
Para
empezar, diré que –desde mi personal punto de vista- los dos grandes sindicatos
(CCOO y UGT) han hecho gala, una vez más, de su prepotencia intentando
capitalizar una convocatoria que no es enteramente suya.
Es
más; se trata de una convocatoria que no debiera ser “de nadie” para, de
verdad, poder ser “de todos”.
Lamentable
abuso de poder que, además de tocar las narices a muchos ciudadanos, en nada
mejora la mala imagen que otros muchos tenemos de ellos (los grandes
sindicatos) precisamente por su autismo y la mala costumbre de pretender
ponerse la medalla y hacerse la foto en toda circunstancia, incluso cuando el
trabajo o “el bulto” lo ponen
fundamentalmente otros.
Dicho
esto, también tengo que añadir que, nos guste o no, la experiencia, capacidad
organizativa y disposición de medios materiales de los sindicatos son muy
superiores a la de todos los perroflautas juntos, que andamos, cada uno por
nuestro lado y a nuestro aire, de reunión en reunión, pateando las plazas y las
calles e intentando despertar las conciencias de nuestros conciudadanos.
Por
otra parte, por lo que he podido averiguar, finalmente los sindicatos se han
apeado del burro del protagonismo y no irán en la cabecera de la manifestación,
sino dentro de ella como un colectivo más y, además según me cuentan, tampoco
nos darán “el mitin” al final de la manifestación.
En
esas condiciones, a mí -a título personal- y con absoluto respeto hacia quien
opine lo contrario, me parece que, dado que los objetivos son comunes,
debiéramos intentar ir de la mano con todo aquel que se ponga bajo esas
“banderas” comunes (contra la Troika, por la auditoria de la deuda y por el
mantenimiento del sector y los servicios públicos).
Por
esa razón, al igual que hice el 1 de junio pasado, me meteré a hacer bulto en
donde supongo seré más efectivo.
Porque,
aunque también comparto (plenamente) las reivindicaciones de quienes han decidido
salir aparte para no contaminarse, no termino de ver la ventaja (práctica) de
dividir las fuerzas.
Como
tengamos que cambiar el mundo contando sólo con los ciudadanos químicamente puros,
doy por sentado que en algún momento seré expulsado de ese sanedrín.
Y,
sobre todo, doy por sentado que tendré que sentarme a esperar “el cambio”
He
estado tentado de guardarme esta opinión pero, mal que me pese (que me pesará)
me quedo más a gusto expresándola.
“Sin
acritú” (que diría ese gran impostor que fue D. Felipe González) transcribo el
texto de la fábula de D. Tomás de Iriarte que mencioné al inicio y que, me
parece, tiene una cierta aplicación a este caso.
Por entre unas matas,
seguido de perros,
-no diré corría-,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: “Tente amigo!:
¿qué es esto?”
“¿ Qué ha de ser?” –responde-;
sin aliento llego...
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.”
“Sí -replica el otro-,
por allí los veo...
Pero no son galgos.”
“¿Pues qué son?” “Podencos”
“¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos,
bien visto los tengo.”
“Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.”
”Son galgos, te digo.”
”Digo que podencos.”
En esta disputa,
llegando los perros
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.
Saludos.
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