Aunque
a principios de año cancelé mi suscripción a el diario El País, mantengo la
costumbre de comprarlo los domingos para poder leer a ese notable cascarrabias
que es D. Javier Marías, al socio-poeta D. Manuel Vicent y a otras cuantas
personas inteligentes y, a mi modesto entender, medianamente independientes.
Pues
bien: En el primer repaso (tras la comida suelo hacer otro) me he topado con un
artículo del sociólogo de cabecera (de El país) D. José Juan Toharia (no confundir
con su hermano D. Manuel Toharia)quien, bajo el título “Por qué no se hunde España”, analiza,
a mi juicio con bastante acierto, las razones por las que, pese al aluvión de corrupción,
incompetencia, desvergüenza y saqueo al que estamos asistiendo, aún no están
ardiendo las calles.
Viene
a decir, más o menos (y en ello coincido), que, pese a la degradación de los
últimos años, los españoles (y el propio Estado) aún disponemos en nuestras “despensas”
de algunas reservas morales de las que nutrirnos.
Y,
por eso, somos capaces de sobrevivir y respirar en esta asfixiante jungla en
que se han convertido las sociedades “democráticas” en general y la española en
particular.
Para
apoyar su razonamiento ofrece una tabla de clasificación del nivel de aceptación
y confianza que las distintas instituciones alcanzan entre la ciudadanía
española.
Tengo
que decir que mi impresión es que dicha clasificación es correcta en cuanto a su
fiabilidad, aunque, desde mi personal punto de vista, viene a demostrar la
escasa cultura política que, en general, tenemos.
Yo,
que intento ser cada día algo menos inculto, me inclino más por la labor de los
inspectores de hacienda y las universidades que por las fuerzas armadas, la policía,
o la guardia civil.
Y
me fío bastante más de los jueces (de a pie) y fiscales, que del Tribunal
Supremo, o el Constitucional.
Y,
pese a mis reservas, mucho más de los sindicatos que de las multinacionales
y las grandes empresas.
Y
muchísimo más de los ayuntamientos, los políticos (de “a pie”) y las comunidades autónomas (pese a los nacionalismos) que del Príncipe
de Asturias y el Rey.
Pero
es que yo, como saben quienes me conocen, soy un tanto rarito, además de un
ingenuo y optimista impenitente.
En
todo caso considero un ejercicio saludable tanto la lectura del susodicho
artículo como la “reclasificación” de dichas instituciones según nuestro
personal sentir.
Ahí
queda la “plantilla” para que cada quien haga su propio “ejercicio”.
Saludos
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