Desde el ignominioso episodio de la “encerrona” que, de un modo verdaderamente cobarde, le tendieron algunos países europeos supuestamente democráticos al presidente boliviano D. Juan Evo Morales Ayma, reteniéndole en contra de su voluntad y de las leyes internacionales, vengo cuestionándome si la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es actualmente algo más que un muerto viviente.
Y, más grave aún, me pregunto si su “cadáver” no
estará sirviendo (como el del Cid) “para seguir ganado batallas después de
muerto” (Solo que en este caso a favor de sus asesinos).
Es difícil olvidar la puñalada que, en 2003, con
motivo de la Invasión de Irak, les propinó Estados Unidos al derecho
Internacional y a la ONU, con la mansa aquiescencia de los países europeos (Francia,
Bélgica, Alemania, Rusia) que, junto con China y algunos otros países se limitaron a poco más
que rasgarse las vestiduras. (por no hablar de España, Portugal y Reino Unido)
Desde entonces, al igual que ocurre en muchas
películas del oeste, el “Sheriff” ha perdido toda autoridad y anda deambulando por
las tabernas mientras el matón del poblado espía, amedrenta, insulta, roba y
mata a los ciudadanos.
Y me pregunto (y supongo que no soy el único) si
el Sr. Secretario General de la Naciones Unidas Mr. Ban Ki-moon no debiera
expedir un salvoconducto (o mejor un pasaporte) a favor del ciudadano Edward
Snowden y acompañarlo bajo su personal protección (o la de un delegado “ad hoc”)
en el viaje hacia el país de asilo que elija.
No parece mucho pedir dado que el Artículo 13 de
la Declaración Universal de los Derechos Humanos (y la ONU es su garante)
establece que:
1. Toda
persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el
territorio de un Estado.
2. Toda
persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y a
regresar a su país.
Vergüenza debiera darle (a la ONU y a los países
europeos) el hecho de que a un país, que para mayor sarcasmo ha acarreado en
aviones ciudadanos secuestrados por todo el planeta, se le consienta amenazar
al resto y violar las leyes que a todos obligan y protegen y los derechos de un
ciudadano cuyo único delito ha sido el contar una parte de la verdad de las
tropelías que comete su propio país.
Afortunadamente, algunas personas ya están
pensado suplir tan impresentable dejación.
Ojalá la cosa salga bien.
Porque nos jugamos mucho (todos).
Quizá haya que ir pensando en construir otro
entramado internacional, sin derecho de veto, sin funcionarios corruptos y
consentidores (y basado en los mismos principios) al que se vayan incorporando
voluntariamente los países “limpios de corazón” (si es que quieren serlo)
mientras el viejo edificio de Oscar Niemeyer se convierte en la tumba de toda
esa cochambre que sigue creyendo representar los valores humanos.
Si así se hiciera, propongo que, una vez desinfectado
y convenientemente desescombrado de momias y parásitos, el edificio se recupere;
porque quizá a estas alturas sea de lo poco que nos queda medianamente
presentable de aquel hermoso sueño del 24
de octubre de 1945 en la ciudad de San Francisco.
Saludos.
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