Cada
día que pasa es un eslabón más a añadir a la cadena de desatinos e injusticias
con las que nuestros gobernantes, abdicando de su responsabilidad de garantes
del “bien común”, nos desprecian, como si fuéramos tontos, nos humillan como si
fuéramos siervos y nos joden la vida, como si de por sí no fuera ya lo
suficientemente jodida para los de abajo.
Y,
sin embargo, nos comportamos como mansos corderos.
Nos
limitamos a despotricar entre amigos y a dárnoslas de “objetivos” y “radicales”
poniendo a caer de un burro a los funcionarios, a los políticos, a los
sindicatos y a los inmigrantes, además de afirmar que, aunque no es nuestro
caso, “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” y que este “estado de
bienestar” resulta a todas luces “insostenible”
Hecho
esto, nos reintegramos pacientemente al redil del hábito diario y, mientras
intentamos ponernos de perfil para pasarle desapercibidos a la crisis,
temblamos como conejos en la madriguera pensando en nuestros hijos, o en nuestro
negro futuro.
Porque sabemos
que, al paso que vamos, el ángel de la muerte (del desempleo) marcará con sangre el
dintel de nuestra casa y se llevará al primogénito (o, con tiempo y un poco de
mala suerte, a toda la familia entera).
Y
cada día tenemos noticia de alguna nueva víctima, más o menos cercana.
Y
vemos pelar las barbas del vecino.
Y
comprobamos que el saldo de nuestra cuenta empieza a tener problemas para atender
a la compañía del Gas, a la comunidad de propietarios, a la Visa, el puñetero e
inoportuno seguro, el recibo de la guardería (o el colegio), la paga de los
chavales, el gasoil del coche, el recibo del IBI, la compra en el supermercado,
. . .
Y,
mientras nos duran (si los tenemos), vamos tirando de “los ahorros” viendo como
merman y queriendo creer que esto es un episodio pasajero; pero sabiendo que,
muy probablemente, el día de hoy será mejor que el de mañana.
Y
entretanto, nuestro gobierno decide que compremos a los bancos y las
inmobiliarias toda la morralla con la que enmierdaron el territorio,
corrompieron a políticos y funcionarios, engordaron los beneficios y los
riesgos de los bancos (españoles y extranjeros) y se metieron en un instante en
el bolsillo el dinero que nuestros hijos y otros infelices tendrán que pagar de
por vida.
Y
para ello nosotros pondremos el dinero, porque el que pusieron nuestros hijos
al comprar su vivienda ha desaparecido y la vivienda ya no vale lo que les
cobraron.
Y
el dinero de nuestros impuestos ya no es para pagar la pensión de la suegra, o
las medicinas de los enfermos, sino -gracias a los dos partidos mayoritarios
(mal rayo les parta a todos los que votaron semejante traición)- para impedir
que quiebren los bancos alemanes, franceses y holandeses mediante el
procedimiento de mantener en pié los muertos vivientes de nuestra banca y
grandes empresas nacionales.
Banca
y grandes empresas que tienen deudas cuatro veces mayores que las de los
ciudadanos y el propio Estado.
Y
que contrajeron dichas deudas, no para crear riqueza, ni producir nada de
provecho, sino para limitarse a barajar los billetes en compras, fusiones,
absorciones y otras fantasías, mientras unos cobraban comisiones por todo ese
“trabajo”, otros se repartían “dividendos” (con cargo a la futura quiebra de
las empresas) y los más aprovechados se forraban el riñón con sueldos
astronómicos.
No
sé si esto que cuento se parece a la realidad, pero así es como yo lo estoy
viendo.
Y,
en estás andábamos, cuando se ha convocado “otra” Huelga General.
¿Qué
hacer?
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