Es
obvio que la próxima Huelga General no cambiará el mundo.
Exactamente
igual de obvio es, también, que la “gran mayoría” de las decisiones
gubernamentales (hablo de nuestro país) perjudican a la “gran mayoría” de los
ciudadanos y benefician, fundamentalmente, a la banca (nacional y extranjera) y
a los inmensamente ricos, a través de los beneficios de las grandes empresas.
Y
también parece obvio que, a la “gran mayoría” de los ciudadanos (entre la que
me incluyo) nos parecen injustas, innecesarias y evitables dichas decisiones
gubernamentales.
Siendo
así, no llego a entender la cachaza con la que nos enfrentamos a la
convocatoria de la huelga.
No
es que estemos en contra. Pocos lo están. Y menos aún aprueban el actual “estado
de cosas”.
Incluso,
si nos tiran de la lengua, admitimos que así no queremos seguir y que este
camino no lleva a parte alguna.
Y
sin embargo, el día 14 de noviembre, haremos vida normal.
Porque
la huelga no sirve para nada.
Porque
ya estamos “de vuelta”
Porque
la convocan los sindicatos (¡valientes pájaros!)
Porque
la cosa (de momento) no va con nosotros.
Porque
no apetece nada tener que asumir, al día siguiente, que uno hizo el "canelo"
sumándose a una apuesta de antemano fracasada.
Por
pura pereza y rutina (uno tiene cosas qué hacer).
Bien,
pues gracias a todas esas no-razones, D. Mariano Rajoy y las “gentes de bien”
para quienes gobierna, podrán afirmar al día siguiente que, si unos pocos
hicieron huelga, fueron mucho más los que “decidieron” no hacerla.
Se
limitó a rodar por las horas del día con la misma indiferencia que todos los
demás días, sin molestarse en pensar si procede o no procede, sin posicionarse
“a favor”, ni tampoco “en contra”, dejando que las cosas “ocurran” y sumando
inercia a los que medran a costa de la inercia.
En
mi opinión, y aún a riesgo de parecer maniqueo, resulta difícil, desde la
razón, ignorar la importancia de la huelga convocada (conjuntamente con algunos
otros países europeos) para modificar,
aunque sea levemente, el rumbo de colisión que lleva la nave del mundo que
llamamos “desarrollado”.
Se
puede estar a favor, o en contra, de dicha convocatoria, y eso es algo.
Y
debiera obligar a pensar.
Y a actuar.
Lo
otro, la inhibición, aunque uno piense que la asume porque ya “está de vuelta”, muy probablemente, no es más que la impotencia de quien, no sólo
no sabe dónde está, sino, peor aún, no sabe a dónde quiere ir.
Y
dejo constancia de mi respeto por los muchos que aun queriendo hacer huelga, o
trabajar, terminarán haciendo lo contrario; bien porque pueden perder su puesto
de trabajo, o bien porque les pueden romper las lunas del vehículo, o
estigmatizarles.
Mis
respetos para quienes deciden.
Mi
decepción por quienes “pasan”.
Sobre todo cuando ese “pasar” contradice su discurso diario acerca de la actualidad política, social y económica en la que viven.
Sobre todo cuando ese “pasar” contradice su discurso diario acerca de la actualidad política, social y económica en la que viven.
Saludos.
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