Oportuna, y necesaria.
Un servidor, que sin duda es un poco “retorcido” y de
“cáscara amarga” a la hora de apreciar las excelencias del denominado (no se
sabe muy bien por qué) “libre mercado”, siente un cierto ardor de estómago cada
vez que personas aparentemente sensatas pontifican sobre la eficacia de la
gestión privada frente a la gestión pública.
Y es que observo casi a diario cómo, al igual que en
otros muchos temas, los mismos que han montado el desfalco y desbarajuste actual,
nos han metido en la cabeza el estribillo de que lo público es un desastre y lo
privado es eficiente.
Y andamos por ahí repitiendo el mantra como
papagayos para intentar justificar nuestra perplejidad cuando vemos que el
tinglado se nos viene encima.
Y lo hacemos, sospecho, con la pretensión de pasar
por imparciales y objetivos en lugar de ciscarnos directamente en la santa
madre de todos los robaperas y falsos liberales que propugnan la demolición del
Estado y la entrega de su patrimonio y medios productivos a la eficiente
iniciativa privada, en la que el Estado les garantiza el cobro y ellos mismos
(libres de la Ley de Contratos del Estado) se ocupan de "gestionar eficientemente”.
Ejemplos sobran y ahí están la sanidad catalana y la
valenciana.
Pero otro, muy reciente y cercano a nosotros, son las carreteras
radiales de pago de Doña Esperanza Aguirre, que no iban a costar un duro al
contribuyente y ya han recibido un par de “manguerazos” de dinero público “porque
las cuentas no les cuadran y no podemos permitir que quiebren”.
Ocurre como con las nucleares; el negocio consistió en
la construcción, la financiación y las comisiones pagadas a políticos y
supervisores corruptos.
El mantenimiento de los residuos (o las carreteras)
en los próximos años tendrá que pagarlos el contribuyente porque “las empresas
no están para perder dinero”.
Y se quedan tan anchos.
Y nosotros, tan imbéciles, coreando las aleluyas de la
eficacia de la iniciativa privada.
Sobre ese asunto escribe hoy Vicenç Navarro en El
Plural estableciendo algunas distinciones obvias y argumentando, a mi juicio
muy convincentemente, para desmontar ese mito absurdo que, tras años de repetirnoslo
nos han tatuado en la mollera y algunos vamos recitando estúpidamente.
No me extiendo más.
Quien guste, que lo lea y juzgue por sí mismo.
Saludos.
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