Me
ilusiona que nuestros vecinos hayan tenido, una vez más, la lucidez de volcarse en una apuesta (eso y
no otra cosa han sido, para mí, estas primarias) para dejar claro que quieren
recuperar “la política” (la buena política) para que su país deje de estar
gobernado por “los mercados”
Me
ilusiona que un partido (el Socialista Francés) haya tenido el coraje de
arriesgarse a abrir sus puertas y escuchar la opinión de los ciudadanos de a
pié sin exigirles la previa condición de militantes.
Me
ilusiona, aún más, que, contra pronóstico, los resultados hayan quedado
abiertos hasta la celebración de la segunda vuelta.
Y,
más aún, que la señora Martine Aubry, hija de uno de los europeos más
inteligentes, honestos y respetables que he conocido (Jacques Delors) tenga
serias posibilidades de terminar siendo la elegida.
Y justifico esa ilusión en
que, aunque el señor Francois Hollande me parece una persona perfectamente
capacitada y respetable, le achaco una mayor tibieza a la hora de amarrar el
toro de los mercados por los cuernos del poder político.
Y
también, porque la señora Aubry ha tenido la valentía de empezar a hablar de
desnuclearización en el que probablemente es el país donde la energía nuclear
supone un contrapoder, político y económico más importante.
Y
también, porque la señora Aubry, cuando fue ministra, consiguió aprobar la
jornada laboral de 35 horas semanales, que, por cierto, no hundió ni hizo
retroceder la economía francesa.
Y
también porque, parece ser, recibirá el apoyo de Arnaud
Montebourg, quien aparte de ser el verdadero instigador de estas primarias es,
según le catalogan, “el azote de los bancos y el librecambio”.
Por todas esas y otras muchas
razones me ilusiono.
Y tengo la esperanza de que,
una vez más, como ya ha ocurrido con el AMI (Acuerdo Multilateral de
Inversiones 1995-1998) y el referéndum sobre la falsa Constitución Europea (Tratado
Constitucional de 2004) sean nuestros vecinos franceses quienes pongan el bozal
a la bestia parda del neoliberalismo rampante que en estos momentos está
asolando el planeta y sus habitantes (hombres y “bichos”)
La envidia (sana envidia) es la
de no estar nosotros aún maduros para hacer algo parecido y tener que vernos en
la tesitura de tener que creer en un vendedor de crecepelo completamente calvo (y
que el Sr. Rubalcaba me disculpe por el símil) o apostar por la única gente,
que, aún con sus contradicciones a cuestas y lo desfavorable de las cartas con
las que le obligan a jugar, ha venido manteniendo un discurso coherente y
claro.
El futuro, en mi opinión, se ve
mejor desde Francia y quizá no estaría de más empezar a informarse de los hilos
con los que se tejerá esa trama.
Saludos.
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