Venía sosteniendo un servidor de ustedes, desde
la misma noche del 20 de diciembre, una vez conocidos los resultados, que la
salida lógica a la situación pasaría por el apoyo a D. Pedro Sánchez en la
sesión de investidura con el fin de que pudiera formar un gobierno monocolor para, a
continuación desde la oposición “de izquierdas”, servirle de contrapeso cuando “escorase
hacia la derecha” y, simultáneamente, servirle de apoyo cuando esa misma derecha intentara descabalgarle.
Evidentemente en su
mano quedaría, en cada ocasión, elegir con quien pactar cada medida concreta.
A esa situación
quedaba relegada la izquierda por la imbecilidad (no exenta de indigencia moral
y delirios de grandeza) de quienes impidieron la presentación de una única
candidatura de confluencia en todo el país, desperdiciando muy probablemente la
posibilidad de conseguir 20 o más escaños adicionales, que hubieran supuesto,
como mínimo, una mayor autoridad moral para poder hablar con el PSOE “de igual
a igual”, y -de paso- disuadirle de la tentación de la “gran coalición” con la
que sueñan muchos de sus dirigentes, el Partido Popular, el IBEX y Bruselas.
Lo cierto es que en
aquellos momentos no imaginé lo manierista y movedizo que iba a resultar el
escenario, y que, en estos casi dos meses transcurridos, los vaivenes iban a
hacer oscilar el tablero de juego en las tres direcciones del espacio.
Sin embargo, a día
de hoy, parece que el horizonte del Sr. Sánchez se va despejando y sospecho que
va a terminar siendo investido Presidente “en segunda convocatoria” con el voto
a favor de Ciudadanos (Y quizá UP-IU) y la abstención de Podemos (En lugar de
al revés, que hubiera sido lo previsible y deseable).
Y esto lo afirmo (a
riesgo de equivocarme, como suelo) sin siquiera tener en cuenta los últimos
sobresaltos del Partido Popular que, a poco que nos descuidemos, se va a
deshacer como una fruta podrida de esas que intentas comerte desechando las
partes blandas y finalmente te quedas en ayunas, con las manos sucias y un
molesto y acre olor a podredumbre agrediendo a tu olfato.
Personalmente
pienso que tan triste escenario es el más deseable de los posibles, porque
pudiera llegar a permitir la puesta en marcha de algunas medidas de regeneración
democrática, paralización del saqueo de bienes públicos y haciendas privadas (de
los de abajo), recorte de derechos y -si hubiera suerte (y tiempo)- un mínimo
amago de reforma de la Ley Electoral, antes de que (más bien pronto que tarde)
termine descarrilando el invento y haya que volver a convocar nuevas
elecciones.
La ventaja, a mi
entender, es que ese periodo de tiempo podría servirnos a los ciudadanos más
bobos (entre los que me incluyo) para poder calibrar “la gracia” con la que
nuestros representantes electos se mueven por la pasarela y la firmeza y
coherencia con las que mantienen sus promesas.
En todo caso, soy consciente
de que estoy perdiendo otra buena oportunidad de estarme callado y prometo no
lamentarme cuando mis amigos y allegados me lo restrieguen por las narices.
Al fin y al cabo el
ser capaz de equivocarse “siempre” sin desperdiciar una sola ocasión, también
tiene su mérito.
Saludos.
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