Hace
ya muchos años tuve la ocasión de asistir a una edición (no recuerdo cual) de
la Copa del Rey de vela que por aquel entonces patrocinaba el perfumista
Antonio Puig.
De
entre los muchos y curiosos recuerdos que guardo de aquella fecha (yo era un
patán metido entre señoritos que, en general, meaban colonia) conservo muy
nítida la explicación que me dio un marinero (de los de verdad) cuando una
mañana de sol radiante y viento en calma, mientras nos dirigíamos al “campo de
regatas” a bordo de un más que mediano yate, me comentó en privado, para no
contradecir a sus señoritos, “antes de dos horas estaremos de vuelta” y, añadió,
“lo peor lo van a pasar estos infelices de la golondrina”
“La
golondrina” era un barquito, lento, incómodo y destartalado, atiborrado de
periodistas del sector náutico, a los que cada mañana temprano les ponían en
la mano una bolsa con comida y les
mandaban durante todo el día a cubrir las regatas de la jornada. Salían una
hora y media antes que nosotros del puerto y regresaban otro tanto después.
Cuando
le comenté mi extrañeza, me explicó que, según sus previsiones, ese tiempo
calmo y soleado iba a durar menos de una hora; que, a continuación empezaría a
soplar algo de viento, y que media hora después aquello iba a convertirse en
una señora tormenta.
Ahorro
al respetable la serie de enseñanzas que recibí y que pude comprobar “in situ”
(y bastantes años después).
Tan
solo diré que efectivamente a los 40 o 50 minutos aquello empezó a cambiar de
cara y “la golondrina” y los regatistas emprendieron la vuelta un tanto
apresurados.
Nosotros,
en un yate grandecito y con dos motores de muchos cientos de caballos, nos
permitimos esperar casi media hora más antes de salir como una flecha rumbo al
puerto dejando a los periodistas y los regatistas, que aún andaban a medio
camino, zarandeándose y pasándolas bastante mal.
Toda
esta digresión, aparte de para presumir de haber viajado en yate (de un rico,
muy rico y conocido, cuyo nombre omito) viene a cuento de que desde hace algún
tiempo vengo apreciando en mi particular “barómetro socioeconómico” las señales
que preceden a una tormenta cuyo alcance me parece temible y cuyo resultado no
atino a calibrar.
Con
un poco de suerte, quizá sirva para desenrocar al partido gobernante de su
cómoda y perniciosa mayoría absoluta.
Pero
mucho me temo que, al igual que en aquella ocasión, los pasajeros de “la
golondrina” (entre los que hoy me incluyo) las vamos a pasar moradas.
Son
varios los avisos por parte de señores poco sospechosos de veleidades
izquierdistas o colectivizadoras que, a estas alturas, están gravemente
preocupados por el horizonte que se avecina.
Y,
mientras, el gobierno y los presidentes de grandes bancos en apuros se dedican
a vocear la llegada de dinero “a espuertas” y el “fin de la recesión”, jaleados
por una serie de periódicos que más que órganos de información actúan como
agencias de comunicación de quien les paga (o les aplaza la quiebra).
Pongo
tan sólo un par de ejemplos:
Es
señor Matthew Lynn es, por lo visto, director ejecutivo de la consultora
londinense Strategy Economics y ya ha anticipado en otras ocasiones previsiones
que terminaron convirtiéndose en realidades.
El
otro es un viejo conocido en nuestro país, bastante gruñón y tajante.
Neoliberal
de pura cepa, un tanto maniqueo y exagerado.
Pero
a la vez persona con bastante conocimiento (es catedrático de economía) y poco
proclive a la fantasía y la “economía creativa”
Aunque
lo cierto es que el Sr. Centeno, además de enemigo declarado de la izquierda,
tampoco ha dejado nunca de poner a caer de un burro al actual gobierno,
sorprende la similitud de su análisis con la de otros muchos profesionales (de
derechas y de izquierdas) que cada día que pasa ven el desastre más cerca.
Ahí
queda para los aficionados al “turismo de catástrofes” (que muy probablemente
podremos contemplar incluso aquellos a quienes no nos gustaría)
Saludos.
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