Pero,
en justicia, no puedo evitar que ciertas reflexiones se me antojen como muy
importantes y por eso vuelvo a traer hoy a colación un artículo de Vicenç
Navarro relativo a la manifiesta (y peligrosa para todos los europeos)
ignorancia de la Cancillera alemana Doña Ángela Mérkel, la inmoralidad del sistema
financiero y, la mucho más grave, inmoralidad de los gobernantes europeos que
consienten y bendicen tales comportamientos.
En
vísperas del degüello que se nos avecina, a nosotros los españoles, pienso que
bastante gente empieza a tener claro que el “sistema de libre mercado” no
funciona.
O,
más exactamente, que funciona como un mecanismo de apropiación de riqueza por
parte de unos pocos a costa de la pérdida de derechos y bienes materiales del
resto de la población.
Intuyo
que, esto, lo empezamos a tener claro casi todos.
Pero
quizá no sean tantos los que se hayan parado a meditar sobre las causas que nos
trajeron a tan triste condición y las consecuencias de admitir la prevalencia
de unos supuestos criterios económicos (falseados) sobre la voluntad de los
ciudadanos en cada uno de sus ámbitos de decisión.
Aunque
sólo sea como una reflexión más, para no tener que lamentarnos a posteriori de
no haberlo pensado, recomiendo la lectura de este artículo que, a mí
personalmente, me preocupa por lo que tiene de premonitorio de una locura
colectiva a la que fatalmente nos van acercando, por acción o por omisión
nuestros respectivos gobiernos y representantes políticos.
Quizá
estemos a tiempo de frenar esta estúpida deriva.
Pero
ello no se hará si, previamente, no hemos tomado conciencia de cuáles son los
verdaderos problemas y seguimos dejándonos enredar en el obsceno artificio
financiero de una falsa crisis económica, que no es tal, sino financiera y que nosotros
no hemos provocado.
Obscena
partida que, además, se juega con reglas y cartas marcadas por quienes “quebraron
la banca” y pretenden seguir controlando “el casino” a costa de nuestra progresiva
miseria y renuncia al capital moral y material conseguido gracias a nuestro
trabajo y, sobre todo, a las renuncias y luchas de nuestros mayores.
Saludos,
no excesivamente optimistas.
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