Hoy,
a la vista de la continuación de su discurso, tengo que decir que estoy completamente
de acuerdo con su análisis y, aunque no me guste, quizá deba reconocer que la
guerra, “esta guerra”, se ha terminado y la hemos perdido irremisiblemente.
Mi
consuelo, y pienso que el de muchos, es el pensar que “esta guerra” no era mi
guerra, sino la guerra de los amigables componedores que, considerándose gente “de
izquierdas”, cometieron la imprudencia de aceptar para batirse en duelo las
armas del adversario, sin percatarse de que, por el mero hecho de aceptar las
reglas de juego del “mercado”, es decir el beneficio (codicia), la
competitividad (insolidaridad), la libertad de movimiento del dinero
(desregulación) y la supuesta libertad de mercado (ley del embudo con la parte
estrecha apuntando a los más débiles), estaban condenados a perder la partida.
Y
hoy, sólo puedes ganarla si te cambias la chaqueta y te subes al carro de los
vencedores.
Aunque
eso, además de antiestético, tiene el inconveniente de que el ciudadano, tarde
o temprano, te pasa factura.
De
eso es de lo que, entre otras cosas, habla esta segunda entrega de la conferencia,
o discurso, de Julio Anguita del pasado día 9 de marzo en el Ateneo de Madrid.
Tal
y como digo, estoy de acuerdo. Todos hemos perdido la guerra de la “socialdemocracia
de la tercera vía”.
Esa
auspiciada por señores como Gerhard Schröder, Tony Blair y nuestro José Luis
Rodríguez Zapatero.
Señores que, méritos
y aciertos aparte, que justo es reconocer que algunos tuvieron, no han dejado un legado político especialmente "presentable".
El primero, promovió
en Alemania los salarios de 400 €/mensuales (sin seguridad social, ni derecho a
sanidad ni desempleo) que “disfrutan” 7.000.000 de alemanes, metió a su país en
la invasión de Afganistán, aumentó la edad de jubilación de los alemanes y, finalmente,
tras perder las elecciones en 2005, se puso a sueldo de un conglomerado empresarial
ruso-alemán, medioambiental y geoestratégicamente cuestionado (gasoducto Nord
Stream)
El
segundo, tras meter también a su país en la invasión de Afganistán, autorizó a
George Bush a invadir de Irak, y en la actualidad, en los ratos libres que le
deja su trabajo de asesoría a diversas empresas energéticas y fondos de
inversión árabes, trabaja para el sionismo más ultramontano del gobierno de
Israel, disfrazado de enviado especial (mediador) de la Unión Europea en
Oriente Medio.
Y,
finalmente, nuestro Sr. Rodríguez Zapatero, que a todos nos esperanzó con
aquello de “yo no voy a cambiar”, tras un primer mandato de avances, tímidos (pero
avances al fin), en materia social, sin molestar a la iglesia, ni a la banca,
ni al ladrillo, se cayó del caballo cual Saulo camino de Damasco la noche del 9
de mayo de 2010, e inició una penitencia de genuflexiones ante los mercados que
nos ha dejado a todos con las rodillas destrozadas, la Constitución rota y mal
remendada y el país a las órdenes de la cancillera Mérkel, el Banco Central
Europeo y Goldman Sachs.
Eso
además de dejarle hecho a la Derecha el trabajo sucio de congelar pensiones,
bajar sueldos y otras “reformas” que hoy vamos degustando.
Triste
escenario.
El
único consuelo es que, como para algunos “esa” no era la guerra que pretendíamos
librar, solo tenemos que continuar peleando en “la nuestra”, aunque de momento
vayamos perdiendo batalla tras batalla.
Saludos.
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