Que me perdone el editorialista por “fusilarle” (sin
juicio ni confesión) el título de su artículo de hoy en “el Economista” en el
que hace una reseña de “la carta de la bolsa” del catedrático D. Santiago
Niño-Becerra titulada “Lo que no se dice, lo que no se entiende”
Una vez más este “liberalote” (con perdón)
heterodoxo, atina al plantear que lo que nos está ocurriendo no es fruto de un “tropiezo”
del sistema, sino aviso de que al “sistema” se le están acabando las pilas, o
mejor aún, el sistema está acabado.
Murió de éxito.
Los más poderosos están a punto de lograr su máxima
aspiración “tenerlo todo”, cuerpos y almas.
El problema es que están a punto de dinamitar el
pedestal en el que están subidos (La avaricia rompe el saco)
Bueno, pues eso: Que digo que estoy totalmente de
acuerdo con el Sr. Niño-Becerra en el análisis que hace de lo que actualmente
acaece.
Y totalmente en desacuerdo en que “el decrecimiento”
que pronostica tenga que significar necesariamente “vivir peor”.
Personalmente no me parece ningún deterioro de mi
situación personal, tener menos cachivaches, o no poder hacer un viaje milkilométrico
(por 30 Euros y quemando litros de queroseno) para desayunar en París, comer en
Londres y estar a la hora de la cena otra vez en casa.
Y lo mismo afirmo en relación con otro sinfín de majaderías
que hacemos a diario sin que por ello seamos más felices, ni más sabios.
Otra cuestión es, que si no me pueden poner delante
una zanahoria cada vez más grande, quizá pierda el interés por tirar del carro
del señor que, sentado sobre mis costillas, lleva el palo con la zanahoria
siempre un par de metros por delante de mis narices.
Al menos eso cabría esperar y, aunque soy consciente
de que aún “nos falta un hervor” (que dijo el Sr. Leguina del Sr. Gallardón),
creo que ese día llegará.
De momento, dentro de un par de meses, acudiremos
presurosos y disciplinados a votar a los más dóciles representantes de los
verdugos que mañana nos recortarán las alas del “bienestar” y, peor aún, las de
la “ilusión”.
No vaya a ser que votando a otros vayan a cambiar
las cosas, o “los mercados”, además de dejarnos sin postre, nos “preñen”,
porque otra cosa ya no les falta.
Ya vamos asumiendo que "no hay otra salida”, y que “hay
que resignarse”, que “el Estado no puede gastar lo que no tiene”, aunque ese “no
tener” no sea porque “no hay”, sino porque de donde “hay” no se saca.
Yo, sin embargo, tengo la esperanza de “vivir mejor
con menos” y disponer de tiempo para escribir estas estupideces sin apremio y
meditando más lo que digo.
No como ahora.
Saludos.
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