Iba a añadir el adjetivo “pacífica” pero me percato a tiempo que la Desobediencia Civil es, necesariamente, por su propia naturaleza, siempre pacífica.
Los despropósitos de ayer no pueden ser ni minimizados, ni “comprendidos”; sino condenados, rechazados y sancionados en los términos que marque la Ley.
No podemos jugar a la ambigüedad del, hoy felizmente olvidado, “padre Arzalluz” de llamar indulgentemente “los chicos de la gasolina” a los gamberros, delincuentes y otras cosas peores, que, hace unos años, se dedicaban a quemar contenedores, autobuses y cajeros automáticos en los territorios que hoy se llaman Euzkadi y en tiempos de Franco, las provincias vascongadas.
Personalmente ni comprendo, ni disculpo la violencia, sea física o psicológica y me alegraré que a sus autores “les sienten la mano” como corresponda. Y, aunque yo no ostento ningún cargo ni representación públicos, me solidarizo con los afectados sin distinción de color político.
Supongo que queda claro.
Dicho esto, con la misma determinación, reivindico el derecho de la Sociedad Civil a poner en “la picota” de la reprobación pública muchas de las actuaciones que, con evidente desprecio del sentir ciudadano, de la literalidad de las normas y, sobre todo, del espíritu de las Leyes, vienen “perpetrando” (esa es la palabra que mejor me cuadra) nuestros “legítimos” representantes.
Bien me parece que el Parlamento de Cataluña amanezca rodeado de todas aquellas personas que consideran un atraco el que en una misma sesión (el debate de los Presupuestos) se proponga eliminar una serie de impuestos que fundamentalmente gravan a las rentas y los patrimonios más elevados, y, como compensación a esa merma de “ingresos” públicos, se decida “recortar” los fondos destinados a sufragar la educación y la sanidad que son “derechos ciudadanos”.
Habrá que tener cuidado de distanciarse de provocadores, violentos y descerebrados pero que, al menos a mí, nadie me pida que renuncie a expresar mi desaprobación con la actuación de nuestros gobernantes, ni mi solidaridad con los ciudadanos de otros países a quienes tratan aún peor que a nosotros.
Que accedan libremente y sin coacciones ni insultos al parlamento, pero que tengan que mirar a los ojos y palpar el sentimiento de muchos de los ciudadanos a quienes afirman representar.
Quiero que pasen vergüenza, que (algunos) sientan mi desprecio y que, si es posible, recuperen la dignidad de la representación que pusimos en sus manos.
No pretendo siquiera que me den la razón o accedan a mis pretensiones, sino tan sólo que ejerzan de lo que pretenden ser. Representantes de los ciudadanos; es decir “del Pueblo” (con perdón).
Y me manifiesto a favor de un clamor ciudadano para el “Impago de la deuda inmoral”
Me preocupa que, si no toman nota y alguien le para los pies al sistema financiero, terminemos “teniendo trapos que lavar”, que decía mi abuela paterna.
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